4 de noviembre de 2014

Historia breve en el trabajo 3/3

Deseo hacer cine. Sé que no soy bueno en eso, pero me gustaría intentarlo. Filmar las historias que quiero sin que me importe el qué dirán, sin que me importe si alguien las mira. Como Hal Hartley, mi héroe personal.

Pero si sigo con este trabajo jamás tendré tiempo para hacer lo que quiero. Y si renuncio a este trabajo jamás tendré dinero para hacer lo que quiero.

Lo que me gusta hacer es costoso y son muy pocos los que ganan plata con eso. Siendo pobre, poco talentoso y sin pizca de audacia para los negocios no puedo darme el lujo de un pasatiempo de niños ricos.

Ahora recuerdo esa frase que le dijiste a tu mejor amiga (¿o fue ella quién te la dijo?):

Somos proletarias con ínfulas de burguesas. 

Nunca fuiste tan sabia. Somos proletarios.

Simon Grim pasó de recogedor de basura a ganador del Premio Nobel de Literatura - Henry Fool (1997)

10 de octubre de 2014

Historia breve en el trabajo 2/3

No existe eso que llaman “hoteles decentes”. Existen hoteles baratos y hoteles caros.

Hoy, en el hotel caro en el que estoy alojado, entró al restaurante un tío cuarentón con calva en la coronilla, flaco y menos agraciado que yo. Lo acompañaba como invitada una bella mujer tan joven que podría ser su hija y que vestía una minifalda tan corta que la prohibirían en cualquier oficina. Era deducible que apenas se conocían y era evidente la urgencia del tío por acabar la cena y llevársela a su cuarto.

Los mozos se hicieron los cojudos con la llamativa invitada del huésped y la dejaron ingresar al interior del hotel. Unos verdaderos profesionales.


8 de octubre de 2014

Historia breve en el trabajo 1/3

Unos traficantes de tierra venden terrenos sobre los que no se puede construir viviendas, pues pasan unas peligrosas tuberías de gas debajo de ellos. Gente humilde compra los terrenos y se entera de que su soñada casa jamás se hará realidad. Reclaman a los traficantes, estos dicen que no es cierto y que reclamen al Estado; van a Osinergmin, estos les confirman la prohibición y les dicen que hablen con la empresa de gas; la empresa dice que ellos advirtieron a los dirigentes/traficantes de las restricciones de construcción y que reclamen el dinero que pagaron por el terreno.

Los traficantes/dirigentes tienen matones a su servicio y no hacen devoluciones. La gente humilde será desalojada en unos meses.


2 de octubre de 2014

La ciudad-carretera



Hasta el día de ayer pensé que la ciudad de Chincha era dos hileras de casas a ambos lados de la Panamericana Sur. Cometí este error porque no hace falta abandonar la carretera para encontrar todo lo que se necesita para vivir: hoteles lujosos y hostales baratos, restaurantes fichos y agachados, grifos con markets y vulcanizadoras con baño, un terminal terrestre y paraderos de mototaxis. No habrá un parque para que jueguen los niños, pero hay un Mega Plaza para que gasten los padres.

Sin embargo, no soy el único que pensaba que Chincha es una ciudad-carretera, son miles de personas foráneas las que tienen esa idea: los turistas que llegan atraídos por los cajoneros de El Carmen, los corredores inmobiliarios que buscan terrenos para condominios, los robustos ingenieros de las empresas de gas natural o los abogados lobbistas de las pesqueras.

Ninguno conoce Chincha realmente, a ninguno le importa. Muchos viven en Chincha, pero no viven de ella. Los grandes negocios están fuera de la ciudad y si quieren divertirse, Asia o Paracas no están muy lejos.

¿Cómo se puede vivir en un lugar sin conocerlo? No es algo que yo pueda entender, por eso decidí cruzar la carretera e internarme en la ciudad. Esperaba encontrar algo mejor que el ambiente road movie de la Panamericana, pero terminé bastante decepcionado.


Ahora entiendo un poco por qué la gente prefiere no abandonar la carretera, Chincha es una Lima en miniatura. Mejor dicho, Chincha es una versión pequeña de lo peor de Lima: calles sucias, rotas y congestionadas por los mototaxis; las mercaderías de los comerciantes en las veredas y las gigantografías de los candidatos en las paredes; “modernas” casas de ladrillos y cemento sin pintar, a medio construir y fierros cubiertos por botellas.

¿Se puede encontrar algún parque agradable para visitar? ¿Algún paisaje para fotografiar? ¿Alguna iglesia histórica? No, no en la ciudad. El centro de Chincha es como la avenida Abancay a las 6 de la tarde, solo que sin Biblioteca ni Congreso de la República.

En invierno se parece tanto a Lima porque también tiene el cielo color panza de burro y también hay choros dispuestos a madrugarte si pestañeas un poco.

31 de julio de 2014

No somos lo suficientemente cool para fumar


Este invierno llegó tarde a Lima y parece querer compensar su retraso con temperaturas más bajas de lo normal y sobre todo, con muchas lluvias. Por eso me congelo cada mañana en el paradero del bus y lo peor es que no hay emolienteras ni esos tíos que venden café en modernos triciclos.

En cambio hay seres que son demasiado cool para este invierno, como ese tío chino que se la pasó fumando mientras esperaba su carro. Era delgado, canoso, usaba lentes y vestía un elegante terno gris. Todo en él transmitía una tranquilidad envidiable, como si estuviera meditando ahí parado en esa esquina de Javier Prado.

Mientras que todos tiritábamos like a bunch of pussies, él sacó un cigarrillo y lo encendió distraídamente. Dio una pitada, observó la autopista y exhaló el humo del tabaco como Jean-Paul Belmondo.

Si no hubieran prohibido la publicidad a las empresas tabacaleras, el tío sería el protagonista de videos virales que incitarían a miles de jóvenes y niños a fumar. Los ilusos tratarían de ser tan cool como él y ninguno podría lograrlo.

Cuando llegó su bus, el tío arrojó su cigarrillo sin haberlo terminado y se subió. Me quedé mirando cómo el pitillo se consumía lentamente en el suelo sin que el viento pueda apagarlo. Fue fascinante.


25 de julio de 2014

28/29


¿Recuerdas que después de tanto hablar por el face te invité varias veces a salir? ¿Y recuerdas que siempre surgían imprevistos que evitaban que nos conociéramos en persona?

Sin embargo, esa noche en la pizzería/bar supimos que no era la primera vez que nos veíamos. Te lo dije, yo siempre supe que eras la chica de la casaca de colores que paseaba en scooter por las calles de San Carlos.

En realidad fue un reencuentro, donde dos niños de un curso vacacional de inglés coinciden 13 años después y en otra ciudad. Sí, fue un reencuentro inusual y hasta inverosímil (no sé si mis amigos me creyeron cuando se los conté). Incluso tú murmuraste que estas cosas no le pasan a la gente común, que esa clase de coincidencias suceden en las películas, no en la vida real.

Una semana después salimos de nuevo. Nos encontramos en el bus (otra coincidencia) y mientras conversábamos caminamos hacia Risso, miramos un partido del Mundial, visitamos el centro comercial favorito de los otakus, cantamos en el Rock Band -bueno, cantaste tú-, volvimos a caminar, nos mojamos en el Parque de las Aguas, fuimos a comer y ahí seguimos conversando por horas.

Y después de algunos vasos de sangría, no sé cómo empezamos a jugar con nuestras manos, a mirarnos dulcemente y a entrelazar nuestros dedos. Nos preguntamos si estábamos ebrios y lo negamos inmediatamente. Yo buscaba una señal en tu mirada para atreverme a besarte, me moría por hacerlo. Pero en tus ojos habían tantas dudas como en los míos, por eso temí que me rechazaras. Entonces recordé todas las oportunidades perdidas por mi cobardía, todos los “qué hubiera pasado si yo…” y me dije a mí mismo: Don’t be a chicken.

Con una resolución inusual me acerqué a ti y te besé. Sé que te sorprendiste y creo que por un instante me rechazaste, pero luego me besaste también. Fue un beso muy raro, fue un mal beso. Estaba confundido, no supe qué decir. Solo atiné a sonreírte y a maldecir en mi mente. A pesar de todo me gustó. Al fin nos habíamos besado, era lo que importaba. Me senté a tu lado y lo hicimos de nuevo. Esta vez fue mejor, esta vez no quisimos parar y nos besamos miles de veces mientras las horas pasaban velozmente. ¿Cuánto tiempo estuvimos así? ¿Qué cosas decíamos en los intervalos? ¿Si ya habíamos acabado de comer y de beber por qué no nos pidieron amablemente que nos retiráramos? Nadie nos detuvo. Luego caímos en cuenta de lo apresurado que había sido todo. No nos conocíamos realmente. Debimos ir más lento, hubiera sido mejor ¿Fue el alcohol?


Whatever, así pasó, no había nada que hacer. Y no estaba ebrio ese día, te lo juro. Bueno, en realidad estaba adormilado pero la garúa me despertó del todo cuando salimos del local. Sí, llovía como nunca en las calles de Lima, llovía en las calles de Lince y llovía cuando tomamos la combi en la Javier Prado. Cuando pasamos por San Miguel también podíamos ver las gotas caer por las luces de los postes. ¡Y también llovía cuando bajamos en el Callao!

Luego caminamos hasta tu casa sin importarnos el frío ni los caminantes de madrugada, no nos importaba nada en ese momento. Lo único que hice fue pensar en comprar un cigarro al volver al paradero y recordé que yo nunca fumo. Tampoco había tiendas abiertas ni señoras que vendieran fallos en la calle.

Antes de que tuviera otros pensamientos absurdos llegamos a tu puerta, era el momento de despedirnos. Y sucedió otro evento cinematográfico que no se da en el mundo real: nos besamos ahí afuera, alumbrados por una luz de la calle y bajo una intensa lluvia. Sí, sí, muy de película romántica gringa, muy Breakfast at Tiffany’s, demasiado The Notebook, muy cursi todo. But, who cares! Fue genial, fue uno de esos momentos que nunca se olvidarán.

Me sentí alucinado, nada de esto podía ser real. Sin embargo, el frío me confirmaba que todo era verdadero, hasta me hacía temblar. Al demonio con el frío, estaba realmente feliz.

Cuando fui para mi casa no podía controlar la alegría en mi cabeza, era demasiada para ser saludable. Mi inherente pesimismo me decía que algo malo podría pasar después, pero no era momento para preocuparse. Solo quería disfrutar de lo que estaba viviendo.

Llegué a mi casa al amanecer y tan solo podía dormir dos horas porque tenía que salir ese domingo. ¿Sabes? Nunca dormí con tanta tranquilidad.