31 de julio de 2014

No somos lo suficientemente cool para fumar


Este invierno llegó tarde a Lima y parece querer compensar su retraso con temperaturas más bajas de lo normal y sobre todo, con muchas lluvias. Por eso me congelo cada mañana en el paradero del bus y lo peor es que no hay emolienteras ni esos tíos que venden café en modernos triciclos.

En cambio hay seres que son demasiado cool para este invierno, como ese tío chino que se la pasó fumando mientras esperaba su carro. Era delgado, canoso, usaba lentes y vestía un elegante terno gris. Todo en él transmitía una tranquilidad envidiable, como si estuviera meditando ahí parado en esa esquina de Javier Prado.

Mientras que todos tiritábamos like a bunch of pussies, él sacó un cigarrillo y lo encendió distraídamente. Dio una pitada, observó la autopista y exhaló el humo del tabaco como Jean-Paul Belmondo.

Si no hubieran prohibido la publicidad a las empresas tabacaleras, el tío sería el protagonista de videos virales que incitarían a miles de jóvenes y niños a fumar. Los ilusos tratarían de ser tan cool como él y ninguno podría lograrlo.

Cuando llegó su bus, el tío arrojó su cigarrillo sin haberlo terminado y se subió. Me quedé mirando cómo el pitillo se consumía lentamente en el suelo sin que el viento pueda apagarlo. Fue fascinante.


25 de julio de 2014

28/29


¿Recuerdas que después de tanto hablar por el face te invité varias veces a salir? ¿Y recuerdas que siempre surgían imprevistos que evitaban que nos conociéramos en persona?

Sin embargo, esa noche en la pizzería/bar supimos que no era la primera vez que nos veíamos. Te lo dije, yo siempre supe que eras la chica de la casaca de colores que paseaba en scooter por las calles de San Carlos.

En realidad fue un reencuentro, donde dos niños de un curso vacacional de inglés coinciden 13 años después y en otra ciudad. Sí, fue un reencuentro inusual y hasta inverosímil (no sé si mis amigos me creyeron cuando se los conté). Incluso tú murmuraste que estas cosas no le pasan a la gente común, que esa clase de coincidencias suceden en las películas, no en la vida real.

Una semana después salimos de nuevo. Nos encontramos en el bus (otra coincidencia) y mientras conversábamos caminamos hacia Risso, miramos un partido del Mundial, visitamos el centro comercial favorito de los otakus, cantamos en el Rock Band -bueno, cantaste tú-, volvimos a caminar, nos mojamos en el Parque de las Aguas, fuimos a comer y ahí seguimos conversando por horas.

Y después de algunos vasos de sangría, no sé cómo empezamos a jugar con nuestras manos, a mirarnos dulcemente y a entrelazar nuestros dedos. Nos preguntamos si estábamos ebrios y lo negamos inmediatamente. Yo buscaba una señal en tu mirada para atreverme a besarte, me moría por hacerlo. Pero en tus ojos habían tantas dudas como en los míos, por eso temí que me rechazaras. Entonces recordé todas las oportunidades perdidas por mi cobardía, todos los “qué hubiera pasado si yo…” y me dije a mí mismo: Don’t be a chicken.

Con una resolución inusual me acerqué a ti y te besé. Sé que te sorprendiste y creo que por un instante me rechazaste, pero luego me besaste también. Fue un beso muy raro, fue un mal beso. Estaba confundido, no supe qué decir. Solo atiné a sonreírte y a maldecir en mi mente. A pesar de todo me gustó. Al fin nos habíamos besado, era lo que importaba. Me senté a tu lado y lo hicimos de nuevo. Esta vez fue mejor, esta vez no quisimos parar y nos besamos miles de veces mientras las horas pasaban velozmente. ¿Cuánto tiempo estuvimos así? ¿Qué cosas decíamos en los intervalos? ¿Si ya habíamos acabado de comer y de beber por qué no nos pidieron amablemente que nos retiráramos? Nadie nos detuvo. Luego caímos en cuenta de lo apresurado que había sido todo. No nos conocíamos realmente. Debimos ir más lento, hubiera sido mejor ¿Fue el alcohol?


Whatever, así pasó, no había nada que hacer. Y no estaba ebrio ese día, te lo juro. Bueno, en realidad estaba adormilado pero la garúa me despertó del todo cuando salimos del local. Sí, llovía como nunca en las calles de Lima, llovía en las calles de Lince y llovía cuando tomamos la combi en la Javier Prado. Cuando pasamos por San Miguel también podíamos ver las gotas caer por las luces de los postes. ¡Y también llovía cuando bajamos en el Callao!

Luego caminamos hasta tu casa sin importarnos el frío ni los caminantes de madrugada, no nos importaba nada en ese momento. Lo único que hice fue pensar en comprar un cigarro al volver al paradero y recordé que yo nunca fumo. Tampoco había tiendas abiertas ni señoras que vendieran fallos en la calle.

Antes de que tuviera otros pensamientos absurdos llegamos a tu puerta, era el momento de despedirnos. Y sucedió otro evento cinematográfico que no se da en el mundo real: nos besamos ahí afuera, alumbrados por una luz de la calle y bajo una intensa lluvia. Sí, sí, muy de película romántica gringa, muy Breakfast at Tiffany’s, demasiado The Notebook, muy cursi todo. But, who cares! Fue genial, fue uno de esos momentos que nunca se olvidarán.

Me sentí alucinado, nada de esto podía ser real. Sin embargo, el frío me confirmaba que todo era verdadero, hasta me hacía temblar. Al demonio con el frío, estaba realmente feliz.

Cuando fui para mi casa no podía controlar la alegría en mi cabeza, era demasiada para ser saludable. Mi inherente pesimismo me decía que algo malo podría pasar después, pero no era momento para preocuparse. Solo quería disfrutar de lo que estaba viviendo.

Llegué a mi casa al amanecer y tan solo podía dormir dos horas porque tenía que salir ese domingo. ¿Sabes? Nunca dormí con tanta tranquilidad.