28 de marzo de 2016

Detesto a los cinéfilos


Detesto a los cinéfilos. Tanto a la aburrida serie web como a los que se jactan de serlo por ver una que otra película indie. Peor, odio a los que se llaman así mismos cinéfilos para luego emocionarse con los trailers de las películas de Marvel. Cualquier persona seria sabe que la mayoría son producciones mediocres para vender merchandising. Lo saben también los lectores de cómics.

Me gusta el cine pero no me llamaría cinéfilo porque no cumplo los requisitos para serlo. Son pocos los que deben ser considerados como tales, solo aquellos que han dedicado cientos de horas a ver y disfrutar películas de toda clase, de múltiples naciones, de autores con sentidos de la vida distintos y con diferentes estilos de expresión. Y aún así están ansiosos de descubrir nuevas formas de cine.

Aquellas personas saben diferenciar el arte del artificio. Aman las secuencias con imágenes geniales, y claro, se indignan con los bodrios que abundan y se disfrazan de buenas películas.

Lo cinéfilos auténticos también saben que no existe una división malo-bueno entre cine mainstream y cine arte. Aunque en el primero su principal interés es vender canchita en los multicines, con no poca frecuencia nos han dejado clásicos estimables. Mientras que entre las miles las películas "artísticas" se encuentran también grandes estafas que pueden deslumbrar al principio, pero luego notas que son más del montón.


No obstante, las grandes distribuidoras cinematográficas tienen el monopolio de las salas de exhibición y así controlan la oferta. Por eso me molesta esa pose cinéfila que se limita a la cartelera comercial porque vive de ella. Podrían tener una visión más amplia y darle más importancia a otros cines, pero cubrir los Premios Oscar les resulta más rentable.

Últimamente se habla mucho de "películas honestas" porque no tienen grandes pretensiones, pero se dice poco de la honestidad de los que escriben sobre cine. Enfrentémoslo, son pocos los capacitados para hacer una crítica de cine y una parte importante de los denominados "reseñistas" parecen formar parte de la estrategia de marketing de las grandes producciones comerciales.

Es por eso que prefiero decir que me gusta ver cine, es más sincero. Sentarme y disfrutar las imágenes en movimiento: la deslumbrante fotografía, los diálogos ingeniosos, las actuaciones convincentes, las historias inolvidables...



22 de marzo de 2016

No sirve, es totalmente inútil

—Me hubiera gustado ser alguien más útil... Con toda sinceridad, yo siento, ahora, que el arte es algo totalmente inútil, que no tiene ningún sentido: la poesía, la música... Al único arte que le sigo guardando respeto es al teatro...
—¿Pero usted cree que su poesía no sirve? ¿Usted cree que no conmueve, que no enriquece? Como lector le diría, cordialmente, que usted está diciendo una barbaridad...
—Tal vez, pero nos leen tan pocos... 

¿Sirve la literatura? ¿Solo está para conmover? ¿Es capaz de cambiar la realidad social? Por lo menos se puede decir que no lo hace de forma inmediata.

Como sucedió en la Guerra Civil Española, que atrajo la atención de los escritores del mundo, y la gran mayoría de ellos (los mejores, sin duda) se inclinaron por la República. Es decir, se enfrentaron desde sus libros (y algunos también con las armas) al fascismo. André Malraux, Ernest Hemingway, García Lorca, George Orwell, Dos Passos, Sartre, Carpentier, de Beauvoir, Tzara, Vallejo, Neruda, entre muchos otros.
¿Y cuál fue el resultado? ¿Acaso no ganó Franco? La literatura no puede ganar guerras.

¿Y qué fue de Hora Zero? Ellos plantearon una "poesía social" como modo de lucha por el socialismo. ¿Consiguieron lo que anhelaban? No, el Perú estuvo lejos, lejísimos de llegar a una revolución socialista (las guerrillas de los 60s fueron tibios intentos, y Sendero Luminoso y el MRTA fueron formas anacrónicas y perversas del comunismo).

Por eso, siempre que escucho esa famosa pregunta acerca de la utilidad del arte (de la literatura, de la poesía), recuerdo las decepcionadas (y decepcionantes) palabras de Juan Gonzalo Rose de la entrevista de arriba*.

*Del libro Cambio de Palabras, de César Hildebrandt.